Hay ciudades que transpiran historia. Cartagena de Indias es una de ellas.
Cercano a cumplir 500 años, el bello puerto caribeño exhibe su pasado colonial, a través de la muralla construida por sus fundadores españoles para defenderse del acoso de piratas o el asedio de invasores ingleses y franceses. La muralla persiste hasta ahora con sus torretas y aspilleras reconstruidas, como un paseo turístico que abraza durante ocho kilómetros el Centro Histórico.
Cartagena es una ciudad para caminarla, para perderse entre sus callejuelas estrechas que, invariablemente, desembocan cada tres o cuatro cuadras en una plazoleta, verdadero oasis de sombrillas y árboles para resguardarse del sol del Caribe.
Recorrer esta ciudad a pie puede convertirse en una travesía de varias horas, porque el viajero se ve obligado a detenerse constantemente a fotografiar las fachadas bellamente pintadas en tonos brillantes de las casas, restaurantes o locales comerciales. Especialmente vistosos, son los murales callejeros del barrio emergente de Getsemaní.
Entrar a embobarse en sus majestuosos templos católicos, como la Catedral -levantada entre 1577 y 1612- o las iglesias de San Pedro Claver (1654) o la de Santo Domingo (1690). Otra opción es el Palacio de la Inquisición (1770), uno de los tres que hubo en la América Latina, los otros dos estuvieron en la ciudad de México y en Lima, Perú.
El Centro Histórico se puede recorrer a bordo de un “coche”, como le llaman a los carruajes tirados por caballos, como las “calandrias” de algunas ciudades mexicanas.
Cartagena es una de esas ciudades antiguas con casas de techos altos de madera, portentosos balcones para los inmuebles de dos plantas y ventanales inmensos, como las viviendas de La Habana, Cuba, o Tlacotalpan, en Veracruz. Cada puerta es una obra de arte, especialmente sus aldabones.
Gastronomía inigualable
Cartagena huele a comida, siempre y por todos lados. Hay restaurantes de todo tipo (comida local, italiana, argentina, mexicana, china, japonesa…) y hay los que especialmente abren cuando empieza a anochecer. El viajero se puede poner un atracón con menús desde 150 pesos mexicanos.
Un banquete con botella de vino incluida, desde 500 pesos por persona. Para la sobremesa, el mundialmente reconocido café colombiano o un digestivo con aguardiente antioqueño (con o sin azúcar).
La playa de Cartagena
Esta ciudad tiene una playa pública, la de Bocagrande. La arena negra no es muy buena y la bahía para meterse al mar se atasca, especialmente los fines de semana. Pero por muy poco, el visitante puede pactar una excursión a las islas de Rosario o Barú, a playas más exclusivas, de arena blanca.
No están a más de una hora y media de distancia. La vista es mejor y el mar una inmensa alberca color turquesa.
Música por todos lados
Cartagena suena a salsa, tanto en los negocios que quieren atraer la atención de los clientes con altavoces, como en los bares con música en vivo, mientras se degusta un puro y ron. Si lo que quieres es bailar, visita el Café Habana o el 1968. Sin embargo, la ciudad también suena a rap, el de los cantantes callejeros que improvisan rimas a todo pulmón para obtener algunas monedas de los turistas desprevenidos.
Artistas y artesanos
La ciudad no tiene alguna artesanía propia destacada, pero en sus tiendas, tan numerosas como los restaurantes, se pueden encontrar maravillosas obras de arte en madera, semillas y cáscara de coco, así como alfarería, joyería, bolsas y morrales tejidos, cerámica y piel, provenientes de todo el país. Cuidado, porque si se es coleccionista, ahí se va una buena cantidad de dinero.